Un pitido en el oído que nunca desaparece
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El síndrome o vértigo de Ménière es una enfermedad producida por una hipertensión en el líquido del oído interno. Fue diagnosticado por primera vez en 1861 por el médico francés Prosper Ménière. El oído interno consta de la cóclea (encargada de la audición) y el apartado de equilibrio o vestíbulo (que controla los vértigos). El síndrome de Ménière llega cuando el apartado del equilibrio tiene más líquido del debido. En la mayoría de los casos, el síndrome de Ménière afecta a un solo oído. Aunque puede presentarse a cualquier edad, suele aparecer entre los 20 y los 50 años.
Existen tres síntomas: la pérdida de audición, el pitido en el oído y los vértigos, con nauseas o incluso vómitos. Dos de estos tres factores, los pitidos y la pérdida de audición, acompañarán al paciente cada segundo de su vida. Y son precisamente estos dos hechos los más complicados de gestionar ya que con la edad, la pérdida de audición puede agravarse y el paciente puede dejar de oír completamente por un oído.
Una de las mayores rarezas de esta enfermedad es el sinfín de tipos de pacientes de Ménière que puede haber, ya que cada uno vive la enfermedad y sus síntomas de manera totalmente diferente. Unos pacientes pueden perder más oído, otros menos, unos acostumbrarse al pitido, otros no, unos quedarse igual para siempre, otros empeorar...
Causas desconocidas
Pese a ser una enfermedad ya diagnosticada hace más de 150 años, se trata de un trastorno del que se desconocen las causas exactas que lo provocan.
El diagnóstico de esta enfermedad es relativamente sencillo. Cuando un paciente llega a la consulta de un otorrino con aparentes síntomas de Ménière, en primer lugar se le realiza una audiometría para comprobar que ha perdido audición. Y por otra parte se realizan otras pruebas, las llamadas pruebas vestibulares o de equilibrio y una resonancia magnética, para descartar trastornos que causan problemas similares a los de la enfermedad de Ménière.
Una vez diagnosticada existen tratamientos que pueden ayudar a reducir la gravedad, la frecuencia de los episodios de vértigo, y su impacto a largo plazo en la vida del paciente. Si se decide intervenir, hay dos opciones de operación: o inyectar cortisona en el oído interno o inyectar gentamicina para acabar químicamente con el síndrome. Mientras la primera tiene bajísimas posibilidades de éxito, la segunda elimina las crisis de vértigo aunque no la pérdida de audición ni los pitidos. En el caso más extremo de todos, los médicos pueden llegar a realizar una cirugía agresiva para destruir totalmente el oído interno.
Ante cualquier duda, es importante consultar con el otorrino. Debido a que cualquiera de los síntomas puede ser provocado por otra enfermedad, es importante tener un diagnóstico preciso lo antes posible.