El sentido de fumar
La Organización Mundial de la Salud definió hace algunas décadas el Tabaquismo como enfermedad y pese a seguir siendo la primera causa de muerte prematura evitable, una tercera parte de la población sigue fumando.
Fumar no es consecuencia de una falta de voluntad y no es ni un vicio ni un mal hábito. Es la adicción adquirida y provocada por el tabaco y sus aditivos que generan una dependencia física, psicológica y social. Cualquier enfermedad debe seguir una profilaxis o prevención eficaz para evitar su inicio, pero en el Tabaquismo numerosos factores dificultan estas medidas.
La predisposición para llegar a ser fumador se inicia durante los primeros años de la infancia. Los niños van adquiriendo a lo largo de su vida influencias como consecuencia de su relación con el entorno que les rodea. Observando y conviviendo con adultos fumadores, sobre todo si son los padres, educadores o cualquier personal sanitario, se va creando un ambiente favorable al consumo de tabaco, y se van gestando en ellos, de manera casi imperceptible, conductas y convicciones positivas para llegar a ser fumadores.
Estar expuesto a la repetida imagen de la conducta de los adultos, especialmente la de su círculo más cercano, como padres, hermanos, docentes, medios de comunicación o cine, provocará que el niño asuma que fumar es algo normal.
En el inicio de la adolescencia aparece una curiosidad que se transforma en el deseo de experimentar nuevas experiencias y sensaciones que, asociadas al desafío y reto de normas y comportamientos propios de los adultos, aproxima los jóvenes al tabaco. Las primeras pruebas suelen producirse entre los 11 y 12 años, transformándose en un consumo frecuente, y posteriormente regular a partir de los 13 años.
La experimentación de fumar suele ser un ritual social y colectivo que, con el deseo de imitar el modelo del adulto fumador, creen que favorece la relación con amigos. Las características personales influirán en la aceptación o rechazo del tabaco, pero en muchas ocasiones la relación social de los iguales ejerce una presión para integrarse o formar parte de un grupo. Este refuerzo psicosocial positivo reforzará repetir la conducta llegando a la adicción.
Pese a las molestias que provoca fumar, como el sabor o la tos, los jóvenes no se sienten vulnerables. El lejano peligro de futuras enfermedades o pérdida de calidad de vida es a tan largo plazo, que unido a la convicción que fumar no es peligroso, que a ellos no les afecta y les hace sentir bien, que es fácil de controlar y que pueden fumar menos o dejarlo cuando quieran, les permite minimizar la amenaza real del Tabaquismo. No deja de ser una situación de riesgo que tiene el atractivo del peligro, de la provocación y de la mística del fumador como persona adulta libre, independiente y envidiable.
Evitar que los jóvenes empiecen a fumar debería ser una prioridad en nuestra sociedad. La influencia familiar es importante. Los padres fumadores o tolerantes con el tabaco favorecen el inicio al Tabaquismo de sus hijos. En cambio, los padres que han dejado de fumar, dan información y acompañan en su formación a sus hijos, desarrollan unas conductas positivas que llegarán a crear en los jóvenes un efecto protector frente al tabaco. Estos adolescentes tendrán menos probabilidades de ser fumadores que los primeros. Por otro lado, los adolescentes ya fumadores, cuyos padres han dejado el tabaco, tienen el doble de posibilidades de dejarlo también.
Aunque la información sobre el Tabaquismo no va a generar forzosamente y de manera inmediata modificaciones en el comportamiento de los jóvenes, la familia y los centros educativos deben favorecer las habilidades y estrategias adecuadas para un buen desarrollo emocional y social durante la etapa escolar. Conviene fomentar la capacidad crítica frente a los estereotipos de su entorno. Es el período ideal para prevenir el inicio del Tabaquismo, o evitar su consolidación y la eliminación de su consumo si ya se ha iniciado.
El sentido de fumar se convierte en algo tan arraigado desde el inicio que es fácil comprender las dificultades del fumador para abandonar esta adicción. Luchar contra el Tabaquismo no es negar el derecho de libertad para fumar de un individuo, sino ayudar a entender el engaño del tabaco, que supone algo tóxico y perjudicial para él y su entorno.
Para el fumador adulto, fumador padre o madre, cualquier oportunidad es buena para dejar de fumar, pero además se añade el deseo de ser modelo para jóvenes en pleno proceso de desarrollo personal y de aprendizaje. Se trata de una motivación añadida a la propia responsabilidad personal, familiar y social. La decisión de abandonar el tabaco puede beneficiarse de tratamientos eficaces que evitan los problemas ocasionados por la abstinencia, facilitando el cese definitivo.
El fumador, víctima del Tabaquismo, debe tener la ambición de mejorar su calidad de vida actual y futura, su autoestima, y tener el orgullo de desear una mejor calidad de vida propia y de su entorno familiar y social con su ejemplo.
La mejor prevención siempre será la información y nuestra actitud frente al tabaco, y así dar sentido al no fumar.