¿Qué es la insuficiencia cardíaca?
Esto implica que la sangre expulsada por el corazón latido a latido es limitada y por lo tanto los órganos no reciben la cantidad de oxígeno y nutrientes que precisan, o que, debido a la imposibilidad del corazón para adaptarse correctamente, la sangre no retorna en forma adecuada y queda acumulada en distintas partes del cuerpo.
Es una enfermedad crónica y progresiva que aumenta su incidencia proporcionalmente con la edad, estimándose que entre el 1 al 2% de la población adulta en países desarrollados conviven con algún grado de insuficiencia cardíaca, pudiendo alcanzar un 15% en mayores de 80 años de edad. Representa la primera causa de hospitalización en mayores de 65 años, y este número se ha proyectado que aumente un 50% en las próximas décadas, observándose también un incremento en los casos de pacientes más jóvenes.
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La insuficiencia cardíaca es el resultado final de un grupo de enfermedades que pueden afectar al corazón. Las principales causas son:
- Cardiopatía isquémica: cuando existe afectación a nivel de las arterias coronarias encargadas del suministro de sangre al corazón, cuyo cuadro puede ir desde la angina hasta el infarto de miocardio.
- Valvulopatías: todas las patologías que provocan un mal funcionamiento de algunas de las válvulas del corazón, siendo las más frecuentes la estenosis aórtica y la insuficiencia mitral.
- Arritmias: tanto el aumento sostenido de la frecuencia cardíaca como una disminución de los latidos pueden desarrollar distintos grados de insuficiencia cardíaca.
- Miocardiopatías: es decir, las enfermedades que producen daño al músculo cardíaco, como la hipertensión arterial, la diabetes, otras con un componente genético predominante, como la miocardiopatía hipertrófica, o hasta aquellas donde no se ha encontrado la causa que la provoca, denominándose idiopáticas.
Independientemente del motivo de origen, los síntomas de esta enfermedad se caracterizan tanto por la congestión, producto de la retención de líquidos en distintos órganos, como por la mala circulación sanguínea, lo que se puede manifestar a través de cansancio o falta de aire con el ejercicio, edemas en pies y tobillos y distensión abdominal.
Una clasificación desarrollada a principios del siglo pasado, pero que continúa siendo muy relevante en la actualidad, se basa en las categorías funcionales elaboradas por la New York Heart Association, que permiten establecer la gravedad de la enfermedad según la limitación que provocan los síntomas a la actividad física. De esta forma, existen cuatro grados: la clase funcional I, donde no aparecen síntomas con la actividad física normal; la clase funcional II, cuando existen restricciones ligeras al ejercicio; la clase funcional III, es decir, una limitación considerable a la actividad física donde actividades menores provocan la aparición de síntomas; y la clase funcional IV, caracterizada por la presencia de síntomas en reposo. Es importante mencionar que la sintomatología de la insuficiencia cardíaca puede variar mucho de persona a persona, y que las clases funcionales no son parámetros fijos, sino que pueden ir modificándose sobre la base del tratamiento apropiado de la enfermedad o al empeoramiento de la misma.
Tanto el corazón como el organismo en su conjunto intentan en un primer momento adaptarse a los cambios que produce la insuficiencia cardíaca, y es por ello que muchos estadios iniciales pueden ser asintomáticos. Esta etapa se la conoce como la fase de compensación, que se sigue habitualmente de un período en el cual el cuerpo ya es incapaz de acomodarse y comienzan a desarrollarse los síntomas típicos de la enfermedad.
El diagnóstico de la insuficiencia cardíaca implica por lo tanto la realización de un historial clínico junto a una exploración física precisa, seguida por la solicitud de distintas pruebas complementarias que le permitan al médico obtener información más detallada. Los estudios más frecuentemente utilizados son el análisis de sangre, electrocardiograma, la radiografía de tórax y la realización de un ecocardiograma. Este último permite también clasificar a la insuficiencia cardíaca según la fracción de eyección, que es el porcentaje de sangre expulsado por el corazón con cada latido. La fracción de eyección tiene un valor normal superior al 50-55%, mientras que por debajo se considera que se encuentra disminuida. Una fracción de eyección reducida implica que el corazón no puede bombear la sangre adecuadamente y por lo tanto no alcanza los distintos órganos en forma apropiada, mientras que la insuficiencia cardíaca que se produce con una fracción de eyección conservada se debe principalmente a un aumento en las presiones que se genera dentro del corazón. Otras pruebas diagnósticas que pueden ser usadas, dependiendo de la causa de la insuficiencia cardíaca, son la resonancia magnética cardíaca, la tomografía computada, el cateterismo cardíaco y técnicas de medicina nuclear.
No obstante, y a pesar de los avances continuos observados en los últimos años, la insuficiencia cardíaca sin un tratamiento específico continúa teniendo un pronóstico desfavorable con un deterioro significativo en la calidad de vida de los pacientes que la padecen. De hecho, la sobrevida luego de un diagnóstico de insuficiencia cardíaca puede ser mucho menor a la de la mayoría de los cánceres más comunes.
Es por ello que un diagnóstico apropiado seguido de un tratamiento dirigido resulta fundamental, ya que esto ha demostrado tener un impacto sustancial permitiendo aliviar los síntomas, mejorar el pronóstico y la sobrevida.
Una combinación de medidas de autocuidado, adaptación de los hábitos de vida y el tratamiento médico pertinente permiten controlar la aparición de síntomas y apaciguar el curso de la enfermedad. El tratamiento farmacológico está dirigido a mejorar la calidad de vida y a disminuir la morbimortalidad, siendo en algunos casos necesarios valorar el implante de distintos dispositivos, como el desfibrilador automático implantable (DAI) o la terapia de resincronización cardíaca (TRC).
De esta manera, la optimización de los procesos diagnósticos y terapéuticos de la insuficiencia cardíaca constituye una necesidad urgente a resolver y una prioridad para los sistemas de salud en todo el mundo. En ese contexto, surge el nuevo concepto asistencial de la Unidad de insuficiencia cardíaca, que consiste en el establecimiento de un equipo multidisciplinario altamente calificado compuesto por cardiólogos clínicos, equipo de enfermería, especialistas en imágenes cardíacas, arritmias complejas y cardiólogos intervencionistas. La Unidad de insuficiencia cardíaca coloca al paciente y a su familia en el centro de atención, y tiene como objetivo brindar los recursos más especializados para mejorar el pronóstico de esta enfermedad y ofrecer acompañamiento en el transcurso de la misma.
Múltiples estudios realizados han puesto de manifiesto el impacto beneficioso que tienen los equipos conformados en unidades de insuficiencia cardíaca para aliviar los síntomas y disminuir el riesgo de hospitalización y descompensaciones. La Unidad de insuficiencia cardíaca se encarga del seguimiento de los pacientes hospitalizados por esta enfermedad, y brinda también asistencia a través de visitas ambulatorias por consultas externas, desarrollando un tratamiento personalizado basado en las características y necesidades de cada paciente. Por último, y habiendo demostrado su relevancia durante los tiempos de Covid-19, la utilización de soluciones innovadoras resulta vital para adaptarse a este escenario cambiante, y por ello el empleo de nuevas tecnologías resulta indispensable, contando los pacientes con un seguimiento particular mediante telemedicina y monitoreo remoto.
Por lo tanto, si bien la insuficiencia cardíaca es una enfermedad desafiante que impacta directamente sobre el estilo de vida del paciente y su familia, existen hoy en día equipos organizados especialmente para afrontarla, que pondrán a disposición los recursos y herramientas más novedosas, diseñadas en forma personalizada para adaptarse a cada paciente y situación con el objetivo de mejorar el pronóstico de esta enfermedad.